«Al despertar Gregorio Samsa una mañana tras un sueño intranquilo, encontrose en su cama convertido en un monstruoso insecto. Hallábase echado sobre el duro caparazón de su espalda, y al alzar un poco la cabeza, vio la figura convexa de su vientre oscuro, surcado por curvadas callosidades. Innumerables patas, lamentablemente escuálidas en comparación con el grosor ordinario de sus piernas, ofrecían a sus ojos el espectáculo de una agitación sin consistencia». Así comienza «La metamorfosis», de Kafka (1883-1924), uno de los relatos más famosos de su autor. Mientras el mundo en torno sigue firme en sus detalles cotidianos, él se ha convertido en un escarabajo. Y esto, claro, cambia totalmente su vida: expulsado del trabajo y de la familia, arrojado entre desperdicios al interior de su cuarto, aislado y atacado, víctima del horror, el asco y el desprecio, herido gravemente por una manzana que su padre le ha incrustado en el caparazón, Gregorio muere asumiendo su misteriosa culpabilidad, derrotado, «firmemente convencido de que tenía que desaparecer». El lector, como el mismo Gregorio, se pregunta: ¿qué ha sucedido? ¿Qué significa esta historia?
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